El fin de semana anterior a irme de viaje me junté
con mis amigos a tomar algo y festejar uno de los tantos cumpleaños. Entre
pizza y pizza, en el fervor de la charla, miró a quien estaba al lado mío y le
hago la clásica pregunta de enero.
-
¿Y vos, ya te fuiste de vacaciones?
A lo que me responde.
-
¿Vacaciones? Cuando tenés hijos eso no
existe…
Tal afirmación, tal contundencia en la respuesta, me
disparó el siguiente artículo, reflexión, pensamiento, tira de asado o como
quieran llamarlo. Eso sí, como ya me iba, decidí dejarlo para la vuelta y de
paso ver cómo acontecían mis días de descanso. Aquí estamos…
No les voy a dar vueltas, no les voy a vender un
interrogante para llegar al final. Algunos me conocen y, más o menos, saben la
postura que tengo con respecto al mundo parental. Así que desafiando a aquellos
que dicen lo contrario, yo Pablo Sebastián Burecovics (sí, Pablo es mi primer
nombre que le vamos a hacer) digo que las vacaciones con hijos EXISTEN. Son un
caos, seguro. Te dejan más cansado que el año laboral, probablemente. Te
gustaría devolverlos en una encomienda de Fedex pero habría que ver cuánto sale,
es una posibilidad. Quisieras tener el cono del silencio, sin duda. Igualmente ¡EXISTEN!
Lo importante, como en casi todas las instancias de
la vida, es saber utilizar los recursos. Ver las distintas alternativas y
moverse como una gacela que intenta eludir a los hambrientos leones (puede ser
que está imagen sea un poco fuerte, pero a diferencia de nuestros hijos los
felinos si llegan a cansarse). Kids clubs, colonias, actividades recreativas,
son algunos lugares ideados para que los padres puedan hacer siesta. El
marketing se ha dado cuenta que un papá al que se le permite dormir durante el
día, es una persona feliz y por ende más propicio a premiar a los niños con
helado, hamburguesas y fichines.
Lápices de colores y hojas blancas tampoco fallan.
Ningún chico se resiste a dibujar, es como que necesitan llenar ese espacio
vació. Liberar las mentes de formas y colores, disminuir por un rato esas ganas
de perseguir el viento, de buscar las mejores formas de caerse y/o golpearse,
para sentarse unos minutos sin que el resorte se active.
También los dispositivos móviles (¡cuánto término
para nombrar un aparato!) son de mucha ayuda. Una peli, un jueguito, un video
del señor oriental cantando la nueva moda del verano, pueden producir el mismo
efecto de atornillarlos a las sillas y reposeras. Aunque en este caso no se recomienda
la sobre exposición. Es como cuando uno toma mucho sol y queda medio turulato.
El periodo prolongado a estas pantallas hace que olviden algunas palabras, y
después le tenés que repetir quince veces las cosas para que puedan articular
una respuesta.
Dejemos de lado los recursos escapatorios y
afrontemos los hechos. No trabajar implica tener el día libre. Tener el día
libre implica estar con tu mujer y tus hijos (por eso se llaman vacaciones
familiares). Estar con tu mujer y tus hijos implica hacer también lo que a
ellos les gusta. Hacer también lo que a ellos les gusta (aguanten que falta
poco) implica negociar situaciones. Y esto es como sentarse con la junta
directiva de una empresa, donde están los diferentes accionistas, e intentar
llegar a un acuerdo sin que nadie se sienta traicionado o molesto. Porque,
seamos sinceros, los berrinches no son exclusividad de los infantes. La única diferencia
es que ellos lloran más fuerte.
Llevarlos a comprar helado y no comprar para vos,
sabiendo que terminarás cual aspiradora devorando lo que quede en el camino.
Perseguirlos para almorzar mientras cualquier otra actividad los invita a
resistirse, así sea contar cuántas hormigas caminan por el árbol. Tener el
ringtone “comprame, comprame, comprame” clavado en la nuca. Guiarlos al baño
cada vez que estás por leer un libro. O buscar convencerlos con que se vayan a
dormir temprano, para llegar a la medianoche y perder abruptamente las
ilusiones.
Sabemos que no es fácil.
Ahora… Y si les digo risas. Aprendizajes. Verlos
despertar, buscarte, encontrarte. Mirarlos jugar. Inventar canciones. Sacar
fotos. Preguntarles: ¿cómo la están pasando? miles de veces. Sentir que crecen,
que están felices, cuidados. Conocer a los nuevos amigos. Abrazarlos a la
mañana, mediodía, tarde y noche. Dejarlos preguntar y comenzar charlas
antológicas. Escuchar frases para el recuerdo. Caminar de la mano. Correr con
la lengua afuera. Un gracias. Un beso. Un brindis por las vacaciones.
Esto no es Hollywood, no van a encontrar finales
felices donde todos vuelven con una casa rodante hecha bolsa, pero descubriendo
como ser mejores padres, mejores hijos, mejores personas. No. El regreso se
hace tedioso, con ganas de seguir descansando y casi con la misma cantidad de
sueño.
La diferencia está en que tuviste quince días para
estar con ellos. Sin teléfono de por medio, pensar qué estarán haciendo o
contar las horas para volver a casa y poder verlos. Porque, no quiero romperles
la ilusión del mundo idílico, si trabajamos durante once meses (y más) es para rescatar
un par de semanas en que el universo queda stand by.
Díganme que los vuelven locos, que no saben cómo
manejarlos, que les tienen más miedos a los chicos sueltos que a la crisis de
los misiles. Pero no se olviden que a partir de los 16, gracias si aceptan
pasar el fin de semana con ustedes. Así que aprovechen y no se quejen que para
eso siempre hay tiempo.