Era domingo, cerca de las diez de la noche
y no sabía qué hacer. Podía quedarme en casa viendo el partido o a Lanata, pero
las dos cosas eran un dolor de huevos. Así que me puse mi gorro de cosaco, me
ajusté los tiradores, me acomodé la corbata y enfilé para uno de mis sitios
preferidos: la Casa Rosada. En la puerta me atendió un granadero que tenía
pegado en el sombrero un aviso publicitario: “Morenocard, la única tarjeta que
no tiene interés. Salvo el interés de hacer lo que sea para no largar más la
maquinita de hacer billetes”. ¿Cómo está Don Bure?, me preguntó. ¿Viene a tomar
las medidas para cuando se mude? Y por lo bajo me dijo: seguro que cuando usted
sea Presidente nos vamos a reír todos. Le agradecí, también susurrando, y le
expliqué que quería ver a Randazzo. Ni bien terminé de pronunciar su nombre,
como si fuera un ninja, apareció el ministro tras una nube de humo. Don Bure,
¿cómo anda tanto tiempo? ¿Cómo está Susú y los chicos? Mire que por acá
pensamos quedarnos mucho tiempo, eh. No se preocupe, Florencio, todavía no
pienso mudarme. Sólo quería hacerle una consulta. Note su cara de preocupación,
así que la solté lo más rápido que pude: ¿cómo explica el gobierno el enriquecimiento
de Lázaro Báez? Fácil Bure, respiró aliviado. Ganó 3 quinielas, 4 gordos de
navidad y 12 rifas de la cooperadora. Sonreí de costado, incliné la cabeza y
pregunté: ¿Y el del vicepresidente? ¡Ja! Él ganó exactamente lo mismo, me
respondió bailando un break dance. OK, ¿y cuál es la explicación con Crist…?
Todos, absolutamente todos, tenemos demasiada suerte en el azar. Fueron sus
últimas palabras antes de esfumarse como un gran mago, sin dejar rastros.
Saludé al granadero y fui caminando para el lado de casa. En eso me cruzo con
mi amigo Emilio Festejolanavidadcomouncampeonato, que estaba vendiendo
banderitas con la inscripción: “Lo más importante del fútbol no es ganar, es
ver sufrir al otro”. Me quiso regalar una, pero se la devolví para que no
gastara en papel higiénico. Avancé unas cuadras más y me encontré a María
Eugenia Vidal, la vice jefa de gobierno. Estaba viendo cómo terminaban de
refaccionar unas calles, antes de volver a romperlas y arreglarlas de nuevo. Es
que tenemos tanto presupuesto que no sabemos qué hacer, me confió al oído. Y
por qué no lo gastan en salud y educación. Porque la salud va y viene, y la
educación sin plata no sirve. Mejor que sigan creciendo las escuelas privadas
que además le dan trabajo a la gente. Como dudaba entre putearla y felicitarla
por su convicción al boludeo, decidí que era hora de volver a casa. Me tomé un
colectivo que repartía instrucciones sobre cómo sobrevivir a un apocalipsis
zombie (más fácil que sobrevivir a un accidente de tránsito) y llegué con el
sueño listo para irme a dormir. Así que queridos chamanitos, tengan cuidado,
junten coraje, maní con chocolate y ¡wash and wear para todos!
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