Frío seco, transpiración, ahogo corporal, la piernas
tiemblan, el resto del cuerpo liviano, la sangre se va a los pies, cabeza
aturdida, desesperación, necesidad, miedo. Me siento sólo, apunto de perder
algo que me importe, ganas de resolverlo, sin nada para hacer, salvo
incrementar el miedo de la cabeza, del cuerpo, angustia, más transpiración,
frenado. El miedo queda latente, calentando la piel como el hielo seco,
pensando siempre lo peor, con miedo por mi hijo.
Esperar que la angustia cese y me vuelva a sentir normal.
¿Qué pasará?, acaso puedo saberlo. ¿Se transformarán mis
miedos en realidad? No lo sé, nadie puede saberlo. Si siempre pienso lo peor,
el día que pase voy a ratificar mis sensaciones, ¿pero todos los demás días en los que
estuve equivocado? Hay algo que no cierra, esto no es una regla, no es algo
mágico. A todos nos puede pasar todo, en cualquier momento. ¿Sirve controlar
que este todo bien? Primero, eso es imposible, y después, cuanto se pierde por
estar revisando algo una y otra vez, cuanto dejas de hacer, cuanto conviene
encerrarte en un miedo que ahoga.
Miedo es la palabra, no temor, miedo, que entra por la
garganta y va quemando el cuerpo a medida que baja, para quedarse en los pies y
dejarte sin aliento, sin ganas.
El miedo es parte de mí, no yo de él, no puedo volver
atrás, tengo que confiar, esperar que baje y seguir, esperar que baje y seguir.
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