END es el final de una encrucijada que me llevó
varios años develar. Podría decir que pasaron 35 primaveras antes que me diera
cuenta, pero calculo que esta no era una problemática de mis primeros tiempos
de vida. Si, por otro lado, puede ser una interrogante que proviene de la
adolescencia y llega, a veces corriendo y otras al trote, hasta nuestros días.
Hoy llego el día de decir la verdad: ¡A mí me
hubiera gustado tener un don! Más que gustado, me hubiera fascinado. Piensen en
todas esas personas que son especiales para algo, que les sale natural hacer X
cosa. Gente que asombra a propios y extraños con su capacidad especial, que se
siente como pez en el agua, como angelito en el cielo o como lechuza en un
bosque tenebroso. Más allá de lo que después hagan con el, tener un don te pone
en el podio de los diferentes, de los que saben que nadie puede cuestionarles
su genialidad (les guste o no lo que uno hace).
Durante mucho tiempo yo intenté encontrar el mío.
Rápidamente descartados los deportes, con la tristeza del que se sabe regular,
busqué por el lado de las artes…
Aquí abro un paréntesis para diferenciar entre
vocación y don. La vocación la tenemos todos (siempre existe aquello que nos
gusta hacer y que nos sentimos bien haciéndolo); en cambio el don es una
herramienta que sólo se la entregan a los elegidos. Cierro paréntesis.
Mi carrera (o mi trote) se inicia en una literatura sembrada
por el juego. Imitando a mi hermana, quien siempre disfrutó de la lectura y de
escribir, empecé mis historias ligadas a personajes de la tele (recuerdo
especialmente una de BJ y su mono). Con unos cuentos más, escritos en la
revista del colegio, este placer quedó invernando largo tiempo.
Mucho más adelante, el cine plantó bandera en mi
planeta. Trabajé en algunas películas, tuve una productora, aprendí a usar la
cámara, a editar y a producir. Siendo sincero nunca me la jugué en ninguna de
estas áreas, nunca sentí las ganas. Pero después de pasar por cada sector, una
puerta se fue abriendo: la de guionista.
Escribí programas de televisión y, como en un
decanto natural, esto me llevó a la elite de los multimedios… La publicidad.
Digamos que el don de la simpatía, del tipo
canchero, entrador, vendedor y que le cae bien a todo el mundo, me queda tan
lejos como Neptuno. Si esto lo traducimos nos da como resultado una experiencia
de un par de años y no más. Esa fue mi relación con el mundo de las agencias.
Edité un libro, di talleres para chicos, vendí
colecciones y sigo tratando de publicar más. Estudié con una gran maestra y me
hice de un gran grupo de amigos escritores. Ahora también intento dibujar,
tocar algún instrumento, cantar, bailar y jugar (los últimos tres en la gran
propuesta de este año, llamada Clown).
Hice de todo un poco. En todos lados me divertí,
padecí y también aprendí. Pero en ninguno logré dominarlo como algo intrínseco,
natural.
El No Don (END) lo traduzco en constancia, mi mayor
virtud, mi plusvalía.
Nota:
hace poco me hice una ergometría. Tenía que correr en una cinta, que iba
aumentando la inclinación y la velocidad, hasta no poder más. Bastante antes de
terminar la secuencia ya estaba agotado, sin embargo, cada vez que la médica me
preguntaba si quería seguir contestaba que si con la cabeza (no podía hablar). Ese
soy yo, cabezón y tozudo. Si hay que seguir, no pienso parar…
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