martes, 14 de agosto de 2012

Kryptonita (y las vueltas de la vida)


¿Podría un superhéroe crecer en el gran Buenos Aires? ¿Y cómo sería de grande este paladín de la justicia?
Ambas preguntas tienen respuesta en las letras que componen Kryptonita de Leonardo Oyola.  

Obitó es una palabra, un verbo, que jamás se pronuncia en una clínica privada. Porque donde hay dinero de por medio es otro el procedimiento. Porque si se paga es para recibir algo diferente. Algo mejor. En teoría. La práctica igual avala. Pero podrían recibir algo mejor. El consuelo de tontos es que peor están los que no tienen obra social. Y esa es una verdad irrefutable.

La vida no se construye a partir de la suerte, eso es algo que tenemos (o deberíamos tener) en claro. Pero si existe la suerte al empezar, al arrancar, al debutar en la vida. No es lo mismo nacer en una familia multimillonaria, en una clase media de capital o en el medio de una villa del gran Buenos Aires.
En otro tono, y en otra distancia, algo de esto tiene la película “Megamente” donde dos alienígenas caen en la tierra con suertes dispares. A partir de la educación que reciben, de las facilidades o complicaciones, uno termina siendo el salvador y el otro el villano (o no tan así).

El libro nos lleva al Hospital Paroissien (de Isidro Casanova), donde el médico protagonista vive su guardia a puro delirio onírico. Un mundo esfumado en que las horas de la madrugada se convierten en terreno fértil para la violencia, el silencio, las tristezas sin esperanzas y el mismísimo diablo (que siempre anda buscando comprarse un alma).
Allí, herido de muerte, llega Nafta Súper el líder de una banda criminal de la zona, acompañado por sus secuaces.

Leonardo Oyola va trazando las líneas de cada historia, nos muestra quiénes son estos delincuentes, cómo se conocieron y qué significa para ellos “su familia”. Mientras los lectores-espectadores esperamos la llegada del comando policial (que viene a terminar con estos bandidos), vamos reconociendo ciertos personajes de historietas que ahora parecerían estar del otro lado, de la otra vereda... Pero las páginas que transitamos nos hacen dudar la existencia de una tan marcada línea divisoria.

Hay un capítulo donde hablan de Carozo y Narizota. Un capitulo donde cuentan como Carozo iba siempre a la casa de los chicos que cumplían años, y que sólo bastaba con escribirle una carta para invitarlo. Claro que Carozo no llegaba a “todos” los lugares, porque en ciertos sitios apenas unos pocos (sacando a quienes viven ahí) se animan a entrar. Distancias, diferencias que acrecientan el vacío, el olvido y la necesidad de tomar lo que les es negado por fuerza propia.

Kryptonita no justifica, sino que explica como la sociedad construye sus propios monstruos. Como dependiendo de dónde caes, en qué lugar creces y armas tu historia, esa misma fuerza, esa misma naturaleza puede convertirte en superhéroe o supervillano. Y que siempre existe un otro, una composición de intereses, que se encarga de mantener al mundo desequilibrado.

Pero los deseos de la infancia, aquellos miedos, esa esencia que te moldea, no cambia. En cada paso uno puede optar por el camino a seguir, el problema es que no todos tenemos las mismas armas, los mismos superpoderes.

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