Cap.
8
Nadie nos prestaba atención. Un poco porque los
anteojos de sol y la capucha de la campera me escondían del resto. Y otro tanto
porque Evelyn apenas asomaba el hocico desde el bolsillo en donde viajaba.
Éramos tan libres como una nube blanca en medio de un
día despejado. Nos sentíamos tan jóvenes como una maestra en su primera semana
de clases. Nos rodeaba un aroma tan agradable como el baño de una estación de
tren, un millón de horas antes de ser abierto al público.
Cada tanto la hermosa ratita subía por mi brazo y se
posaba en el hombro. Con la pata me rascaba la oreja y me hacía mover la pierna
en una frenética dulzura. Así llegamos caminando hasta la plaza Las Heras, ese
mismo lugar donde (muchos años atrás) llegó a funcionar una cárcel.
Formada aquella imagen en la cabeza; sentado en el pasto
junto al amor de mi vida; viendo las palomas caminar entre los chicos que
jugaban al fútbol; y tras levantar la mano para llamar al vendedor de
pochoclos, manzanas acarameladas y pirulines… ¡Tuve un pequeño infarto
emocional! Mi corazón se detuvo por un segundo y fue encadenando palabras para
escaparse por la boca.
Poesía
en Do de Rata
Antes
todo era paredes
Paredes por acá
Paredes por allá
Y la familia Paredes (que vivía en la otra cuadra)
Paredes por acá
Paredes por allá
Y la familia Paredes (que vivía en la otra cuadra)
¿Dónde
está la brisa?
¿Dónde está la ventana?
Ni el control del aire acondicionado
Me podía sofocar el alma
¿Dónde está la ventana?
Ni el control del aire acondicionado
Me podía sofocar el alma
Así
era cuando no te conocía
Cuando eras tan sólo un sueño
Y otras veces pesadillas
De murciélagos que comían ratas
Cuando eras tan sólo un sueño
Y otras veces pesadillas
De murciélagos que comían ratas
Pero
te cruzaste en mi camino
Aquel día del centro
Evelyn, me dijiste
Mientras yo gritaba como nena asustada
Aquel día del centro
Evelyn, me dijiste
Mientras yo gritaba como nena asustada
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